4.1.07

LA ARENA

Había una vez una institución que necesitaba saber cuantos granos de arena contenía una playa. La información se usaría en la propaganda turística. Las altas autoridades encomendaron la misión a cuatro funcionarios.
El primero, muy hacendoso, se trasladó de inmediato a la playa, se tiró al suelo y comenzó, con la ayuda de una lupa, a contar granito, por granito. En ese menester anda. Esta es la actitud del pragmático.
El segundo, se fue para su oficina y desde allí imaginó la playa, elaboró poemas, escribió tesis sobre la relación anfibológica del sexo de los ángeles y el sexo de los granitos, dictó conferencias, participó en congresos, fue jurado en eventos, todo relacionado con la arena, se convirtió en arenólogo. Ahora está tan ocupado con estas actividades que le queda poco tiempo para contar los granitos. Este es el modo del intelectual idealista.
El tercero, nombró una comisión encargada de elaborar un proyecto para contar los granos con la mayor eficiencia posible. Esta comisión pidió oficinas para desplegar sus planos y diseñar equipos de medición de granos, solicitó las consabidas Lap top y los infaltables teléfonos celulares. Después luchó para que a la comisión la pasaran a Dirección, luego a Gerencia, lo último que se supo es que plantean su pase a Ministerio. Estamos esperando que tengan tiempo para contar los granitos, ellos dicen que no pueden arrancar hasta que se defina en el alto gobierno a cuál ministerio estarán adscritos. Este es el esplendor burocrático.
El cuarto, fue a la playa, contó los granos que caben en un milímetro cúbico, calculó con ayuda de la matemática el volumen total de la playa, multiplicó una cosa por la otra, y obtuvo, con un tolerable error, el número de granitos. Hizo un informe de una página y pidió otra tarea. Este es el camino revolucionario-científico.
La historia es útil. Viéndonos reflejados en estos ejemplos, comprenderemos mejor nuestra labor y diagnosticaremos las desviaciones en el trabajo. Repasemos las posturas.
Pragmáticos, son los que piensan que el conocimiento sólo se adquiere en la práctica, no son capaces de resolver estrategias, sólo tareas muy simples. Desprecian la teoría, esa es su desgracia.
Los idealistas, desechan la realidad y ven como única fuente de conocimiento al intelecto. No resuelven problemas reales, son fatuos.
Los burócratas, les interesa sólo la forma, nunca el contenido, el trámite es lo fundamental, las consecuencias no importan.
El científico revolucionario, busca el conocimiento en una sabia combinación de la práctica con la teoría. Sabe que el conocimiento práctico sin el complemento de la teoría es inútil, por eso, prestigia la lectura y el pensamiento tanto como ir a la realidad.

2.1.07

VOLVERSE CAPAZ

LOS REVOLUCIONARIOS NO HEMOS SIDO CAPACES DE SER REVOLUCIONARIOS. Nos hemos dejado vencer por la cultura de la dominación, no hemos sabido enfrentarla, tenemos una suerte de complejo que nos frena. Es necesario volvernos capaces de ser revolucionarios. Veamos.
La Revolución es en esencia la lucha contra la cultura de la dominación.
El Libertador percibió ese peligro y nos dijo: “moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Pedía otras luces, las de la rebelión frente a la monarquía, y pedía otra moral, la moral que lo hizo decir en Bolivia que la peor infamia era la esclavitud. Es decir, “moral y luces” resume la necesidad de otra cultura, la cultura de la liberación.
Bolívar aceptó su derrota cultural en San Pedro Alejandrino, cuando, a pesar de triunfante en mil batallas militares nos dice: “Colombianos han abusado de vuestra credulidad”.
Hoy en Venezuela la cultura de la dominación se cuela por todos lados, y nosotros, en aras de una unidad que esteriliza y no beneficia a nadie, callamos el necesario debate, dejando que la Revolución, lejos de entablar la batalla cultural, aliente los valores de la dominación, sofrene los valores de la liberación. Perdemos así la batalla cultural, que es lo mismo que decir, dejamos escapar la oportunidad revolucionaria.
Un ejemplo es la consigna de: “Venezuela es de todos” consigna que enmascara el motor de la Revolución: la lucha de clases.
Venezuela todavía no es de todos, estamos luchando para que sea de las mayorías humildes y trabajadoras, y deje de ser de las oligarquías que desde la hora del Libertador se han apoderado de las riquezas y el trabajo nacional.
Integrar a la sociedad, pasa por una profunda lucha de clases. Para integrar a la sociedad es necesario acabar con el origen de la fragmentación social, con la posibilidad de que una pequeña fracción se apodere de la riqueza que pertenece a toda la sociedad. En otras palabras, para unir a los hombres es necesario acabar con las relaciones sociales que los desunen, y para acabar con esas relaciones sociales disociadoras, es necesaria una Revolución, que no es otra cosa, que una profunda lucha de clases. Recalcamos, la Revolución no se dirige contra los hombres, es una lucha profunda contra las relaciones sociales que los desunen.
Hace falta que los revolucionarios emprendamos una gran campaña por la resocialización de la sociedad, por recomponer a la sociedad que el capitalismo ha fragmentado en egoísmos. Es importante que elevemos la conciencia de pertenencia a la sociedad. Que rescatemos los valores de lo social frente a los valores del egoísmo. Que el individuo espere de la sociedad, pero también se deba a ella.
Es bueno recordar, que los cambios culturales, los cambios en la conciencia y en el espíritu deben entrelazarse con los cambios en las relaciones económicas. Un Pueblo que trabaja para sí mismo, es un Pueblo, es una sociedad que va camino de su resocialización.
¡¡Rodilla en tierra con Chávez y el Socialismo!!

LA ÚLTIMA BARRERA… EL ALMA

ES EN EL ALMA, O EN LA CONCIENCIA, O EN LOS VALORES, que vienen a ser diferentes niveles de la misma esencia, es allí, repetimos, donde en definitiva se decide la suerte de las revoluciones.
En las primeras etapas de una Revolución, la del enfrentamiento físico, cruento, efervescente, todos los revolucionarios somos iguales: la fraternidad es la reina, la solidaridad su expresión, el amor surge volcánico, el triunfo de uno es el triunfo de todos, los combates los ganamos todos o los perdemos todos, la miseria se confunde con las posibilidades. Son los días de la pasión.
Luego, en la etapa fundacional, cuando las decisiones deciden el rumbo de la Revolución, la restauración ataca desde lo profundo del alma de cada revolucionario. Aconseja acomodo, su arma son los valores de lo viejo, que se disfrazan de retórica del futuro, y como una especie de humo sutil, pero poderoso, silencioso, insidioso, lento pero efectivo, poco a poco va tomando cuenta de la conducta de los revolucionarios, poco a poco va sustituyendo las normas éticas, poco a poco se afirman los valores que hicieron posible lo viejo.
Es en este punto, cuando a la Revolución le llega la hora de la vital lucha. Es preciso que los revolucionarios se arranquen del pecho los valores de lo viejo, que lo infectan todo como un virus. El proceso es doloroso, es algo así como amputar una parte de nosotros mismos.
El precio de no hacerlo, es la restauración. Una Revolución no es posible sino se funda sobre nuevos valores éticos, y nuevas conductas guiadas por esos nuevos valores. Es en este punto cuando la batalla de ideas adquiere importancia vital, es aquí cuando es necesario afincar la lucha ética, llevarla con exageración a todos los detalles, a todos los instantes de la vida revolucionaria. En esta etapa no hay pequeñeces, la Revolución se decide en un dejar pasar, en una lechuga, o en una bicicleta, como lo entendió el Che.
Las decisiones son los campos de batalla de la ética. Cuando tomamos una decisión, lo que hacemos es expresar nuestros valores éticos. Cuando un funcionario se decide por un tipo de carro y no por otro, allí se entabló una batalla ética entre lo nuevo y lo viejo. Cuando decidimos contratar a uno y no a otro, la batalla se da en lo profundo de nuestra alma, y las armas son los valores.
Los revolucionarios debemos estar atentos a esta batalla: si empezamos a percibir malos olores que antes no sentíamos, si alguna arruga en el traje nos perturba, si el héroe de ayer, hoy nos parece un malandro, si se asoman necesidades que no nos pertenecían, entonces, es hora de revisarnos a fondo, sacar del arsenal revolucionario nuestras mejores fuerzas morales, nuestra mejor condición autocrítica, y hacerlas entrar en combate.
No olvidemos que la suerte de la Revolución depende de la moral de sus líderes.